Once Upon a Time in Hollywood: bendito olor a pies (spoilers)
- feralternative95
- 19 ago 2019
- 5 Min. de lectura

Sin lugar a dudas el estreno de este verano, Once Upon a Time in Hollywood, es la novena película del aclamado Quentin Tarantino. Autor singular, es una verdadera rara avis dentro de la industria de Hollywood, ya que consigue conjugar un estilo extremadamente personal con un alcance mainstream como muy pocos en la actualidad (si nos salimos de las franquicias multimillonarias). Es una de esas rockstars que, al ser conocida por todos, se convierte en una herramienta muy socorrida para el público cuando se las quiere dar de cinéfilo. Mi relación de amor-odio con Tarantino suele fraguarse en ese punto extra-cinematográfico que pulula alrededor de sus creaciones, aunque en líneas generales, siempre disfrute de su cine. En el caso de esta película, me olvido de cualquier odio irracional e injustificado y me rindo a sus pies (permítanme la broma).
Once Upon a Time in Hollywood supone, a mi juicio, la consecución de su cinta más madura y, en lo personal, mi favorita de toda su filmografía. Claro está, no todo el mundo opina así, algo entendible teniendo en cuenta el evento masivo que origina este tipo de producciones y lo polarizador que Tarantino puede llegar a ser. No obstante, duele profundamente escuchar comentarios a la salida del cine tales como “la película es lenta” o “no pasa nada”, sobre todo al describir Once Upon. Esta concepción no puede ser más errónea en una película que está hipertrofiada en todos los sentidos, y es que la información que el espectador recibe en cada plano es hasta inasumible por momentos (que ocurran “tantas cosas” podría ser incluso un pequeño punto negativo del film cuando se pierde en sus propios delirios). Lo que explicaría estas críticas por parte de un sector de la audiencia podría estar relacionado con la auto-subversión del tratamiento de la violencia de sus películas, cuyos estallidos son aquí muy reducidos y relegados a un sublime final que trataré más adelante.
Tarantino hace una exhibición formal, imparte una clase magistral de dirección y montaje coronada con una puesta en escena trabajada al detalle, constituida por decorados reales para conseguir crear el Hollywood de los sesenta de la manera más fidedigna posible. Además de esto, se apoya en su propia selección musical y en un elenco espectacular, liderado por su pareja principal, de la que no me pararé a hablar, ya que salta a la vista su magnetismo y capacidades actorales. Son quizás algunas partes del guion las que podrían ser criticables desde un punto de vista convencional en lo que a composición se refiere. Sin embargo, Tarantino nunca fue un guionista convencional, y le gusta llevar la estructura narrativa al límite, esto sin contar sus frenéticos diálogos, aquí llevados también a altas cuotas de histerismo y enajenación. En líneas generales, no obstante, su guion funciona y resulta divertidísimo.
¿Cuál parece ser el cambio más importante en Once Upon respecto a sus otras obras? En palabras del propio Quentin, esta es la carta de amor que se dedica a su infancia y a su memoria, ambas rodeadas por la influencia que todo el cine de la época tuvo sobre él, al estilo de Alfonso Cuarón con Roma (si bien estas dos películas son como la noche y el día). Tiene sentido pues que la película se centre principalmente en el mundo del séptimo arte y que Tarantino desate todo su fetichismo más que nunca, ya sea la constante y enfermiza filmación de pies o una absoluta e irrevocable ‘cinefagia’. La película le consolida como uno de los mayores destructores de las expectativas de la audiencia (pulverizadas una tras otra) trabajando en la actualidad. El caso más evidente es el del papel de Charles Manson: tras meses e incluso años de teorías, tanto de fans como de crítica, que especulaban sobre lo prometedor del enfoque que el director podría dar a esta figura emblemática, nos encontramos con un personaje que sale en una escena y que tiene una frase en todo el metraje. Los asesinatos que Manson orquesta junto a su secta son eliminados, relegados a un tercer plano o directamente ridiculizados y subvertidos.
Tarantino se permite todo, y es por esto que no le importa en absoluto mostrar, crear, recrear y filmar desde una amalgama de géneros cinematográficos. Empezamos por el western, recreado desde una genial distancia irónica pero con el máximo tiento, respeto y amor. Pasamos hasta por una escena con claros tintes de terror como la escena del rancho con Cliff Booth y la secta. Terminamos en una especie de falso documental narrado por una voz over aleatoria que acaba por terminar en un cuento delirante. Todo ello, obviamente rodeado de la auto-parodia más cómica, el metacine y el thriller.
Me interesa, finalmente, esta última parte la cual funciona a modo de falso documental que lleva al clímax de violencia. Hay que tener en cuenta la historia real detrás de este cierre: Sharon Tate, mujer de Roman Polanski, embarazada, es asesinada por orden de Charles Manson. La película nos hace creer que los acontecimientos se dirigen ahí, es el día en el que sucedió y se nos está informando de cada movimiento de los personajes, a dónde se dirigen y la hora exacta de cada paso que dan. Tarantino se aprovecha de lo que nosotros esperamos y sabemos que va a pasar para convertir el asesinato en una lucha absurda e hilarante entre sus perpetradores y unos ebrios y drogados protagonistas. Sharon Tate no muere, y lo que indicaba que iba ser la historia documentada se torna en cuento con final feliz, de ahí el título de la película (además de ser un homenaje a la maravillosa Once Upon a Time in America de Sergio Leone).
Hay algo sublime en las implicaciones que tiene el estallido de violencia en esta película, cuya clave reside en la conversación que los jóvenes adeptos a la secta de Manson tienen en el coche antes de iniciar el asalto. Si hay algo por lo que Tarantino ha recibido críticas a lo largo de su carrera, es por una supuesta glorificación de la violencia gratuita, cuyo efecto, supuestamente, podría ser negativo para la juventud e incluso incitar a la violencia en el mundo real. El debate sigue vivo, ya sea en el mundo del cine o los videojuegos, entre otros. Cuando los jóvenes asesinos (también muy drogados) se dan cuenta de que aquel hombre borracho que les grita de forma desmedida es el actor Rick Dalton, discuten sobre qué hacer. La conclusión a la que llegan es que se han criado viendo cómo estos actores y los personajes que encarnan mataban a otra gente, por lo que consideran que ahora deben “matar a los que nos enseñaron a matar”. Sin embargo, el resultado para los defensores de esta teoría es la muerte más bestial e hiperbólica seña de identidad del director. Por tanto, no solo cambia el destino de Sharon Tate para demostrar que en la ficción las cosas pueden salir mejor de lo que salieron en realidad, sino que también usa literalmente el lanzallamas sobre aquellas críticas que se vierten contra él, consiguiendo que una acción escalofriante se convierta en un espectáculo lúdico y, honestamente, muy divertido.
Jaque mate.
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