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The Wire, todo bajo escucha (spoilers)

  • feralternative95
  • 9 jul 2019
  • 4 Min. de lectura

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Le llega al turno a The Wire, una de esas series míticas de las que todo el mundo habla, pero que mucha menos gente de la aparente ha visto. Yo era uno de ellos, nunca había encontrado el momento de hacerlo y solo había escuchado elogios, además de saber que se encontraba entre las mejores valoradas por las plataformas de puntuación (sobre las que ya di mi opinión en el comentario sobre Chernobyl). Finalmente, he terminado su visionado y puedo afirmar, también, que es una serie imprescindible, y lo que más me molesta de ella en este momento es la frustración que tengo al no poder cubrir una décima parte de todos los temas que The Wire expone de manera más que satisfactoria.


Quizás a través de un tipo de narrativa serial que ahora mismo está pasado de moda, todas las temporadas de la serie son bastante auto-conclusivas, en el sentido de que intentan apuntar en cada una hacia distintas esferas de la sociedad en Baltimore, aunque la trama central siempre sea policial. Es por esto que, mientras en la primera temporada los entresijos del departamento de policía o del guetto son lo más importante, en la cuarta el principal foco recae sobre el sistema educativo, por poner un ejemplo. Dicha narrativa, a mi parecer, constituye sus puntos más fuertes y también los más débiles. Los últimos se deben al constante cambio de localizaciones y personajes que no siempre funciona al mismo nivel, principalmente notable en su segunda temporada centrada en la zona portuaria, en la que algunos de sus personajes o situaciones se ven demasiado hiperbólicos y me despertaron un interés menor a nivel personal. Sin embargo, es uno de sus puntos más fuertes ya que supera con creces los cauces marcados por el género policial y consigue funcionar a modo de mosaico sociológico, siempre a un gran nivel y, por momentos, a un nivel magistral. Su propio título, traducido al español como Bajo escucha, cobra un significado mucho más amplio, estableciendo un símil entre los wires, usados para recopilar y usar la información contra los criminales, y la propia serie, que pone literalmente bajo escucha a todo el compendio de la sociedad.


De forma inevitable, el número de personajes es muy elevado y, con ese mosaico sociológico en mente, es normal suponer que la serie es coral, sin un verdadero protagonista principal (el más aproximado sería McNulty, pero apenas tiene minutos en pantalla durante la cuarta temporada). No obstante, esto no es un impedimento, de hecho funciona de maravilla y nos ofrece, por lo general, un abanico de personajes interesantísimo y con un gran carisma. Además, si por algo se caracterizan estos, es por una profunda ambigüedad moral, ninguno de ellos está del todo limpio o representa la figura de un héroe clásico. Incluso el más cercano a esto, que podría ser Cedric Daniels, parece esconder un pasado no tan limpio y haber aceptado algún tipo de dinero ilegal. En consecuencia, cuando The Wire pone el foco en las decisiones más cuestionables de sus personajes, ya sea Major Colvin creando Hamsterdam o McNulty inventándose un asesino en serie, crea dicotomías muy estimulantes, ya que éstas parten de premisas abiertamente inmorales, pero que consiguen resultados o al menos se establecen como soluciones y alternativas reales al bloqueo sistémico de la burocracia y la endogamia laboral que infecta todos los ámbitos de la sociedad estadounidense. Por lo tanto, nosotros, como espectadores, entramos en su juego y juzgamos estas decisiones desde distintas ópticas morales, al igual que los propios personajes, como por ejemplo la decisión final de Kima al informar sobre las acciones de McNulty y Freamon, o la actitud de Daniels, que intenta respetar unas jerarquías y una moral más tradicional tan consistentemente como puede.


Hay un pesimismo generalizado que impregna la serie en su totalidad, pero que he de reconocer que me resulta muy difícil aislar y separar de otros puntos más luminosos, esperanzadores o positivos. Esta dificultad reside en que todos estos aspectos están unificados entre sí y son indivisibles de sus personajes o ambientes, ya que como mencionaba anteriormente, ninguno de ellos se salva desde un punto de vista moral. Vemos acciones reprensibles o abiertamente ilegales tanto por parte de los criminales como de los policías, políticos, etc. Por un lado, el sempiterno comercio de drogas, asesinatos directos o indirectos, trata de blancas; por otro, una infinita lista de corrupción, prevaricación, brutalidad policial, irresponsabilidad e infidelidades. Es decir, la línea maniquea entre buenos y malos se difumina de forma tremendamente original en The Wire, ya que podemos ver a McNulty jugar con las vidas de los sin techo mientras el magnífico Omar Little mantiene un código de honor inaudito dentro de las propias reglas del juego en los guettos de Baltimore. Todo ello se muestra con una naturalidad descarnada marca de la serie, sin artificios grandilocuentes ni discursos explícitos banalizados, en un carrusel de penurias, aunque aderezado con momentos agridulces, compasivos, empáticos, divertidos…


Prueba máxima de lo último es la sublime secuencia final de la serie, al ritmo de su sintonía principal, cuyo acompañamiento enfatiza aún más ese tono irónicamente canalla para mostrar tanto el horror como la belleza dentro de este. Ya sean aquellos que siguieron las reglas, o los que las rompieron, todos sufren consecuencias casi arbitrarias. En un maravilloso montaje alterno se nos muestra cómo nuevos criminales se pasan el testigo unos a otros, cómo políticos de integridad dudosa y policías ineptos prosperan, cómo periodistas fraudulentos son condecorados, cómo chicos prometedores no salen de la espiral y caen en las drogas… Sin embargo, estas imágenes se intercalan con otras de felicidad sincera, momentos de camaradería en los bares, y de cierto grado de satisfacción incluso para aquellos que han sido desplazados de sus puestos de trabajo (Freamon y Daniels, por distintas razones, entre otros).


Una de las conclusiones que podemos sacar a lo largo de la serie, y específicamente en su episodio final, es que la miseria y corrupción sistemática impregnada en la sociedad se auto-engendra en un eterno retorno que no parece tener un fin cercano (de ahí lo de eterno). Una vez el ciclo se cumple, siempre aparece un nuevo Barksdale, un nuevo Omar, un nuevo McNulty, un nuevo Bubbles, nunca acaba. El lado positivo es que ese ciclo de pequeños gestos de humanidad, amistad y compasión también se repite una y otra vez. Solo queda esperar que este último consiga ganar terreno hasta imponerse, pero…


¿Cómo?

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