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Midsommar, autores y contrastes (sin spoilers)

  • feralternative95
  • 27 jul 2019
  • 3 Min. de lectura

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Midsommar llega con fuerza, entre el folklore más amistoso e inclusivo y los rituales más perturbadores y abominables. De planteamiento muy original, cuenta la historia de un grupo de jóvenes estudiantes, entre los que resalta una pareja, que viaja a Suecia a visitar una pequeña comuna donde se celebra un festival milenario. Lo que se suponía una experiencia divertida y enriquecedora para sus estudios, va tornándose en una pesadilla casi inefable. Y es que en esa inefabilidad, en ese componente de lo extraño e indefinible (que el género de terror siempre debería tener presente), su director y guionista Ari Aster ha demostrado que se mueve como pez en el agua. Tras el éxito de Hereditary, que ya dejaba ver una inclinación hacia la ruptura de expectativas y una preocupación por conseguir el plano perfecto, Aster ha dado un paso más allá en Midsommar, consiguiendo una película más fresca y atípica, además de consolidar una clara marca autoral.


Nuestro director, después de su primer éxito, recibió ofertas de Hollywood que le ofrecían ponerse al mando de nuevas franquicias de terror producidas por la súper-maquinaria estadounidense. Sin embargo, él rechazó todas ellas, dejando claro que prefería seguir haciendo contenido propio original para alejarse de las fórmulas manidas y previsibles que se fraguan en los grandes estudios hoy en día. Por lo tanto, si vas a ver Midsommar, has de saber que no te vas a encontrar con un terror convencional, de personajes y tramas desdibujados al servicio de sustos basados en el desfase de sonido más bochornoso, sin ninguna relación o continuidad con el argumento, cuya única intención es hacerte saltar en tu butaca. El tipo de terror que nos encontramos aquí es de un ejercicio estilístico imponente, que recae en la profundidad de campo en sus planos, en giros de cámara imposibles, en imágenes psicológicamente inquietantes y en situaciones incómodas a través de contrastes pictóricos o lumínicos. Además de esto, Ari Aster sí ejemplifica una preocupación por el desarrollo de sus personajes principales al servicio de la trama. Más allá del típico bufón que sirve como alivio cómico (parece que siempre hay uno en todo grupo de protagonistas de películas de terror), los demás, y en especial su protagonista femenina, sí son explorados en profundidad, ligados a los temas esenciales de la cinta: la pérdida, su superación, la familia natural o postiza…


Respecto a la representación de la violencia me gustaría comentar una anécdota que me sucedió al salir del cine. Un grupo de personas estaba mencionando que (intento reproducirlo literalmente) “esto es como el Tarantino, no sé qué necesidad hay de machacar la cabeza a la gente, es todo gratuito y no sirve para nada”. Comparaban pues el uso de los estallidos de violencia en Midsommar con los archiconocidos festivales de sangre en las películas de Quentin Tarantino. Nada más lejos de la realidad, ya que, mientras este último usa la violencia de forma lúdica, auto-paródica y como homenaje al cine de serie b, Ari Aster elige muy cuidadosamente el momento de este sadismo. Aquellos momentos tan cruentos aquí sirven para sugestionar al espectador y sacarlo bruscamente del trance idílico y diurno que la película construye. Es decir, la violencia extrema es una herramienta de contraste poderosísima que enfatiza la noción de “terror diurno” con la que se ha promocionado Midsommar, consiguiendo disipar el aura amistoso de la comuna sueca en pos de una sensación de desasosiego y peligro constante.


Finalmente, la principal pega que se le puede poner a la película, precisamente, está relacionada con esa marca autoral de Ari Aster que antes comentaba. En su afán por conseguir planos perfectos y secuencias minuciosamente sincronizadas, cae en un detallismo casi enfermizo que se resume en un metraje demasiado largo para lo que la historia requería. Es entendible, por consiguiente, que muchos espectadores puedan perder el interés por momentos debido a la repetición de escenas a la hora de mostrar cada mecanismo operante en la comuna donde se desarrolla la acción. Se podría decir que Aster, en ciertas partes, estaba más preocupado en ganarse la etiqueta de autor (merecida, eso sí), que en conseguir una narrativa eficiente. No obstante, en mi opinión, se agradece ver nuevos directores que buscan su propio camino y que ofrecen perspectivas frescas a géneros o fórmulas en decadencia. Midsommar, en definitiva, es una película notable y la consolidación de una figura ya a tener en cuenta en el futuro.

 
 
 

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