Black Mirror y sus reflejos blanqueados (spoilers)
- feralternative95
- 16 jun 2019
- 5 Min. de lectura

Black Mirror se ganó a pulso un estatus elevado entre las series de televisión contemporáneas en general, y entre la ciencia ficción en particular. La creación de Charlie Brooker supo dar donde más duele, examinaba nuestras peores inclinaciones voyeaurísticas, paranoicas, inseguras, egoístas, sádicas… Todo ello a través de una ligera óptica distópica, en su mayoría, lo suficientemente cercana a la realidad como para que pudiésemos considerar plausibles los sucesos que veíamos en aquellos “espejos negros” que son nuestras pantallas. Estos espejos negros nos devolvían un reflejo crítico muy ácido, lleno de mala leche, que durante sus primeros años se sintió fresco y, en cierta manera, renovador del género.
No obstante, como podéis ver, estoy hablando en pasado, y es que esto ha dejado de ser así. El caso de Black Mirror es uno de tantos en los que asistimos a un progresivo declive que acaba por convertirse en desastre absoluto (hola Game of Thrones). Parece haber consenso en que, a partir de una tercera temporada aún sólida, pero ya producida por Netflix, el nivel empezó a bajar, las moralejas comenzaban a sonar vacías y, al menos yo como espectador, asistía a un continuo déjà vu cada capítulo nuevo que veía. Tras una cuarta temporada cuyos altibajos ya son casi insalvables, y una película, Bandersnatch, con un concepto tan interesante como insatisfactorio, me he encontrado con una quinta temporada que certifica la defunción de esta antología. A partir de aquí, paso a analizar brevemente los tres capítulos, todos ellos tristemente decepcionantes.
Striking Vipers es el primero, cuya baza principal es el desarrollo de un videojuego que expande las posibilidades de su mundo virtual, y cómo esto afecta la relación entre dos amigos y sus respectivas vidas familiares o personales. Gracias a este videojuego, dichos amigos pueden escapar de su realidad ya enfrascada en la mediana edad, y acaban por tener una relación amorosa a través de sus avatares ficcionales, la cual se siente igual o más real que sus relaciones ajenas al juego. Premisa con potencial, todos sus otros elementos hacen que se diluya y que no dé en el clavo en ningún momento. Primero (y este es uno de los problemas que la serie lleva teniendo largo tiempo ya), existe una exagerada dedicación a la estética que deja de lado el fondo de la historia por completo, lo que lleva a la creación de diseños y ambientaciones “cool” apoyadas por un guion y un desarrollo de personajes que son risibles. Ya el propio videojuego se atiene a reglas aleatoriamente convenientes para que la historia avance, y los diálogos entre los amigos están faltos de toda inspiración, disipados entre rondas y rondas de sexo gratuito. Por ejemplo, uno de ellos pregunta que cómo se siente tener relaciones con el cuerpo de una mujer, cuando el videojuego les proporcionaría todas las libertades necesarias para que él pudiese comprobarlo por sí mismo. Es este tipo de conversaciones facilonas y casi estúpidas el que dinamita el intento del capítulo de poner en cuestión la naturaleza de la identidad sexual de sus personajes. Además, la resolución de Striking Vipers tira por tierra todo aún más, poniéndonos muy difícil la conclusión que deberíamos sacar: ¿Seamos infieles de vez en cuando? ¿Está este porno virtual al mismo nivel que una infidelidad real? ¿Hay que tener cuidado en diferenciar videojuego y realidad? Pero sobre todo, me hizo preguntarme si estas cuestiones son acaso la mitad de efectivas y mordaces que las que la serie solía plantear.
Smithereens, segundo episodio, es posiblemente el más correcto de los tres, pero eso no le exime de culpa. Este gira en torno a una especie de taxista que está obsesionado con hablar al creador y propietario de la multinacional Smithereens, una gigante y famosísima red social al estilo Facebook. Para conseguirlo, secuestra a un pobre empleado de la empresa, y la acción se centrará en cómo la policía y otros mandamases de Smithereens intentan solucionar el problema. En líneas generales, el capítulo funciona a modo de thriller, si bien algo patoso y con personajes secundarios desdibujados. La conversación entre el creador y el protagonista acaba produciéndose y descubrimos las razones detrás de esta obsesión: su mujer murió en un accidente de tráfico porque él, adicto a la red social, miró el móvil mientras conducía. La crítica a la tecnología aquí es obvia pero más entendible y pertinente que en el capítulo anterior. Sin embargo, los monólogos sobre lo muy enganchados que estamos al móvil hoy en día por parte de su desquiciado protagonista, suenan estridentes e innecesariamente hiperbólicos, no aportan realmente nada nuevo. Dentro de los parámetros de Black Mirror, esta crítica se queda muy corta en su timidez y acaba por convertirse, más bien, en una sofisticada campaña de la DGT, teniendo en cuenta que uno de sus mensajes es “no mires el Instagram mientras conduces, que te puedes hostiar”.
Por último, asistimos a Rachel, Jack and Ashley Too, la mayor aberración cometida en esta serie de largo. Desarrolla dos líneas argumentales (o al menos lo intenta): la vida de una adolescente inadaptada a su nuevo colegio, fanática de una estrella del pop, y la vida de dicha estrella del pop, interpretada por Miley Cyrus. La primera encuentra un refugio en una muñeca que reproduce la personalidad y consciencia de la celebrity, mientras que la segunda sufre ya que cree que su creatividad está siendo coartada por su manager. A partir de aquí, absolutamente nada funciona, las actuaciones dejan muchísimo que desear, los diálogos son soporíferos, la mayoría de situaciones están cargadas de clichés y se muestran estilos de vida tremendamente estereotipados (relacionados con el rock, percibido éste como contracultural de una forma casi infantil). Por no acertar, ni siquiera aciertan a diferenciar entre lo que es una guitarra eléctrica y un bajo eléctrico. Para más inri, a mitad del capítulo se produce un cambio tonal insultante, ya que pasamos de un episodio que trata fallidamente de ser oscuro y serio en cuanto a su tratamiento de las secuelas en el mundo del espectáculo, a un episodio fallidamente cómico sobre un par de adolescentes tratando de solucionar enredos que no merece la pena ni comentar. Llegados a este punto, yo me preguntaba dónde estaba el concepto, y si era esta la misma serie que tanto disfruté en sus inicios. La respuesta es no, y la única idea interesante de este capítulo final es el resumen perfecto de lo que le ha ocurrido a la serie; la estrella Ashley está en coma pero su manager se las ingenia para seguir sacando canciones nuevas gracias a su actividad cerebral, consiguiendo por lo tanto seguir en la cresta de la ola. Es decir, incluso moribunda la celebrity, el espectáculo ha de continuar a toda costa, y esta es la sensación que deja Black Mirror, la de un cadáver que se sigue sobre-explotando porque la monstruosa maquinaria ensamblada por Netflix no puede detenerse.
Así, quiero concluir a través de una reflexión relacionada con esto último. Recordemos el segundo episodio de la primera temporada, Fifteen Million Merits, el cual lanzó un contundente corte de mangas a la sociedad del espectáculo, e indagó en la proliferación de simulacros en nuestra vida diaria. Todo tenía que ser productivo de cara al consumo y al entretenimiento, lo cual creaba una espiral de publicidad dirigida de la que era imposible escapar. Además de esto, la conclusión de aquel capítulo fue terriblemente pesimista: incluso aquel que se sale del rebaño, aquella pequeña revolución que busca el despertar del cambio, puede ser asimilada y usada por el sistema para seguir perpetuándose. Por desgracia, creo que Black Mirror ha caído en su propia trampa y se ha convertido precisamente en un producto de entretenimiento reconfortante más. Netflix, un gigante de nuestros días, se ha apropiado de él y ha seguido estirando el chicle, pervirtiendo su concepto inicial hasta vaciarlo de sentido. Una serie que, se supone, habla de los peligros de la tecnología, es publicitada cual bombardeo a través de toda plataforma (YouTube, Facebook, Instagram…).
Irónico, ¿verdad?
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